domingo, 23 de agosto de 2015

Vivir y sobrevivir

Cuando era chica tenía una idea muy fija de cómo sería a mis 24 años (porque creía que era la edad adecuada para ser fabulosa), pero esa imagen se fue distorsionando conforme fui creciendo. Cuando tenía 9 años traté de matarme, o al menos tenía un plan: escribí una nota en una hoja de Bob Esponja explicando por qué lo hacía y tomé un cuchillo para cortarme la muñeca izquiera (sino mal recuerdo era el método de suicidio que estaba de moda en ese momento). Al parecer los cuchillos para mantequilla no cortan. Años más tarde quise usar el mismo método pero utilizando un instrumento que sí tenía filo; me acobardé al primer dolor intenso que sentí, pero después le agarré el gusto a ese dolor. Poco después probé con drogas y el ayuno de semanas, sólo obtuve una fabulosa talla 0 y una depresión de varios años. 

Hoy, 13 años después, me miro la muñeca izquierda y, afortunadamente, no hay marcas de cortes, en vez de eso traigo siempre una pulserita de acero inoxidable con la leyenda Vivir es increíble, es bastante incómoda pero a pesar de eso casi nunca me la quito, ya que me reconoce como una posible donadora de órganos. GNP seguros probablemente no se imagina (y quizá nunca lo sepa) que está tratando de salvar dos vidas: la de la persona que podría recibir alguno de mis órganos en un futuro, y la mía. Entender por qué una persona piensa en terminar con su vida es sumamente difícil y, en lo personal, considero que es algo que no debería hacerse, el tratar de entender. Creo que la vida es de quien la vive, no de quien la sobrevive. De unos años para acá uso mucho esa frase, porque he pasado más años de mi vida sobreviviendo que en verdad viviendo y no trato de sonar positiva, (ewww no, detesto a la gente positiva), sino que de pronto estoy haciendo todo lo que había querido.

No recuerdo cómo era la yo de 24 años que soñaba cuando era pequeña, pero creo que me acerco bastante a lo que ella pensaba que era fabuloso. Una vez un amigo, Rogelio, dijo algo que me pegó muchísimo, fue algo como "Es que, no mamen, qué pensaría mi yo niño sobre la persona que soy ahora. Seguro le cagaría". No sé, Rogelio, corrígeme si me equivoco muchísimo. Pienso en mis yo que me cagan: la drogadicta que mandó todo a la verga porque era chava, la que le pegó un chicle al pantalón favorito de una profesora que sí me caía bien pero que molesté sólo para no ser la perdedora de mi salón, la que estuvo obsesionada con un dude que no merecía ni tres horas de mi tiempo. Ahora me veo al espejo y pienso Tú eres chida, pero me pregunto si mi yo dentro de dos años será también chida. Pensé en escribirle una carta a la yo del futuro, pero que tal que piensa que soy una perdedora, o peor, que ella lo sea.

El viernes de hace una semana había sido un asco, probablemente uno de los peores días de mi vida, pero extrañamente, una semana después, tuve un buen viernes. Fui a mi terapia de grupo (de la cual hablaré en otra entrada) y lloré mucho, hablé y me vi rodeada (literal y metafóricamente) de todo lo bueno y malo de mi vida y llegué a la conclusión de que no puedo seguir brincando de lo malo a lo bueno como si nada, sino que debo agrupar ambas cosas ya que son parte de mi vida, pero si alguna no me gusta puedo sacarla, una por una. Por la tarde celebré con un café delicioso, disfruté la lluvia con granizo, me puse a bordar y paticipé tanto en mi clase que la profesora tuvo que decirme que parara. Para cuando llegué a casa, ya me habían ascendido en el trabajo y tenía una cama esperándome. Vivir es increíble, sobre todo cuando dejas de sobrevivir.