martes, 12 de enero de 2016

2016 es mi año

Yo comencé el 2016 llorando; al terminar mis uvas le di un trago a mi vino, salí a ver los fuegos artificiales (que poco me gustan) y me puse a llorar. Creo que ha sido uno de mis llantos más sinceros, cargado completamente de alivio: el año más horrendo de mi vida por fin se había terminado. No soy de esas personas que se ponen a escribir una lista de propósitos, que sacan sus maletas a dar vueltas, que usan ropa interior roja o amarilla, es más, detesto la comida festiva: el pavo, lomo y pierna no me gustan; no como romeritos, la ensalada de manzana me aburre, el recalentado no me emociona. El año nuevo sólo me gusta por dos cosas: mis padres me dan una botella de vino tinto que puedo beberme yo sola y el año nuevo es para mí una oportunidad de cagarla menos. 

El año pasado hice tantas cosas estúpidas y me pasaron tantas cosas malas que debería darle una medalla al 2015 por superarse tanto. Pero aún así, las pocas cosas buenas que me pasaron lo valen todo. De hecho me costó mucho pedir los deseos de las uvas, porque ya tengo mucho de lo que quiero. Pedí como 4 ó 5 veces dineros, muchos dineros, porque me la paso diciendo "Ay sí, me voy a Chile dentro de 3 años. Qué nervios jijijijiji" pero no hago ni merga para poner en marcha el plan, ya se me pasó medio año y no he ahorrado nada ni he visto cómo le voy a hacer, así que este año comienzo a meterle dinero a mi frasco (ah, porque mágicamente cuando comenzó el año me volví un adulto responsable que administra su dinero y tiempo adecuadamente, por lo que es obvio que sacaré dinero de algún lugar).

También pedí trabajo, muuuuucho trabajo. Calíope fue lo mejor que me pasó en 2015. Mi amiga Mariana me contó del proyecto y estaba tan deprimida que pensé "Meh, pos a ver qué sale" y mandé un mail, fui a la entrevista, escribí algunos artículos y ahora, casi 6 meses después, no concibo mi vida sin Calíope. Trabajar hace que me olvide de mis penas; cuando termino con alguien me pongo a trabajar, cuando se muere alguien importante para mí, me pongo a trabajar, cuando siento que no sirvo para nada, que no tengo talento, que no hago nada de mi vida, me pongo a trabajar y trabajar. Trabajar es lo que me mantiene en pie y para mi gran suerte (?) ahí aprecian lo que hago y me tratan como amiga y no como una empleada. La gente se queja de que no me pagan y dicen que por eso no es trabajo, pero vaya, si de eso se trata su pago es no dejarme enloquecer.

Ya han pasado 12 días de este año y creo que me los gasté muy bien, he estado feliz y tranquila, he comprado ropa bonita, me corté y teñí el pelo, cuido más mi cuerpo, perdí muchos amigos/conocidos pero he mantenido mi cariño por quienes siguen conmigo (a pesar de toda mi pendejez del año pasado), estoy haciendo mi trabajo con mucho amor, me planteé metas para cumplir. Me siento fresca y ligera y bueno, ahora sí... ESTE ES MI AÑO, PERRAS. ♡


miércoles, 2 de diciembre de 2015

Terapia Vol. I

Recuerdo cuando en la televisión o las películas veía escenas de terapias de grupo: gente sentada en círculo hablando de sus problemas y su vida miserable, una mesa con café malo y algunas galletas, a veces rezaban o decían maldiciones. No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que tomé terapia, aunque sí recuerdo a todos mis terapeutas. 

Primero fue una mujer que me atendía en secundaria- una pedagoga o algo así- que ya no sabía qué hacer conmigo, yo me la pasaba más tiempo en su oficina que en clases porque me daba miedo ver a mis compañeros y de ahí me iba a la enfermería a que me trataran la gastritis nerviosa que me cargo desde los 9 años. Luego fue un psicólogo a unas calles de mi casa que me decía que rompiera trozos de papel o tela en vez de romperme los brazos con la navajita de los sacapuntas. Tres meses después se mudó sin avisarme. Algo así como un año más tarde fui con uno que le cobró una millonada a mi hermana para tenerme acostada en un sofá escuchando música y haciendo dibujos de mis problemas. Hace un año, en el 2014, comencé a frecuentar a una amiga de mi mamá que es enfermera con especialidad en tanatología y logoterapia, ya que la muerte de mi papá me dejó histérica y agarré unas tijeras y me corté el pelo para ver si me importaba. No quedé pelona, pero mi cabello era un asco.

Hace unos meses me inscribí a terapia de grupo en un lugar que aún no sé qué carajos es. Me dijeron que no había terapias individuales, pero podían meterme en una de grupo los viernes. Pensé en Fight Club y las escenas de Breaking Bad donde Jesse tomaba terapia de  grupo; llegué tarde a la primera terapia y no me dejaron entrar. En realidad lo hice a propósito. Llevo más de un año llegando tarde a propósito a cualquier parte, me da miedo llegar temprano y esperar, tener tiempo para pensar, pienso en mi amigo el que se suicidó, en mi papá que me dijo que ya estaba mejorando, en mi perro muerto cubierto de tierra; si llego temprano a algún lugar me da tiempo de pensar y pensar me deprime, bien cabrón. La cosa es que una semana después sí llegué a tiempo, bueno, no tan tarde.

Ese día me puse guapa porque me sentía bien; recuerdo que me puse unos pantalones limpios, una blusa blanca y sandalias, hasta usé un bolso y me peiné. En cuanto llegué los terapeutas salieron de cuarto y dejaron a un chico dentro, se presentaron y me dijeron que haríamos una actividad en la que le aventaríamos cojines y diríamos cosas ofensivas. Yo no entendía nada, ¿por qué tenía que lastimar a alguien que acabo de conocer? Pero medio lo intenté, le aventé cojines pero no pude abrir la boca para nada. Ah, para esto debo mencionar que en terapia- este tipo de terapia- todos debemos estar descalzos. Y ya, terminó el ejercicio y tuvimos que decir cómo nos ayudó lo que hicimos, pero nada de consejos o decirle qué pedo a la persona del ejercicio, todo es sobre ti y cómo te afecta. En terapia hablamos poco y hacemos mucho, no hay mesa de café ni rezos ni nada de lo que la tele me vendió, pero increíblemente me funcionó, por primera vez en la vida un terapeuta de verdad me ayudaba.

Ya llevo algo así como 6 meses- quizá más, quizá menos- y cada viernes lloro, moqueo y berreo, no sé si la terapia me ayuda o si es la oportunidad de poder deshacerme en lágrimas una vez a la semana de 12 a 2, pero algo sí he aprendido: todo el mundo debería ir a terapia, pero no todos son tan fuertes como para aguantarla. Una vez llegué a terapia y lo primero que le dije a mi terapeuta fue: "la neta no quería venir, pero estoy aquí porque no quiero perder mi lugar" y mi terapeuta me respondió algo que me cambió la vida (¡De verdad!) "Tan solo con estar aquí hoy, en la terapia, ya eres valiente, porque significa que estás haciendo algo para estar bien". BUM. A una amiga le recomendé ir a terapia, le dije esa frase y créanme, neta le cambió la vida tembién. 

Es un asco y me repugna la gente que cuando ve a alguien llorando lo primero que dicen es No llores, todo va a estar bien. ¡Agh! Me dan ganas de patearle los ojos. Carajo, si alguien llora es porque necesita llorar, porque tiene un chingo de emociones acumuladas y putamadre DEJA A LA GENTE LLORAR, es su dolor, no el tuyo. Le gente no sabe cómo lidiar con el dolor ajeno y por eso prefiere ahorrárselo diciéndole a la gente que no llore. Si no quieres ver a alguien llorando vete, punto.

Y bueno, en esta entrada del blog no pretendo darles una lección de que la vida es maravillosa, porque no todas las vidas son maravillosas, me doy cuenta cada que uso el metro, veo gente que sólo está gastándose la vida en un trabajo pitero, en una familia pitera a la que quiere sólo porque tiene la obligación de quererla (¿cómo que no quieres a tu mamá? Ella te dio la vida, te dio todo. Ajá, y tu vida es bien padre y gracias mami, gracias papi, gracias familia y gracias vida miserable). En serio, hay que tomar un tiempo para tener la vida que quieres y si "no puedes"- sí puedes, pero no quieres esforzarte, perro- sueña un poco, arma un libro de recortes con lo que sueñas, colecciona telas que usarías en vestidos bonitos, escribe una novela que jamás te vas a atrever a publicar. 

Si elegiste una vida miserable está bien, pero no te conformes, a la única persona a la que tienes que darle cuentas es a ti. Si un día te quieres largar a otro país aunque no tengas un peso para comer, hazlo, pero asume que las cosas se ganan poco a poco. Créeme, no vas a querer llegar a un punto de tu vida y darte cuenta de que, por hacer lo que se supone debías hacer, ya te gastaste media vida en algo que no te hace un ser pleno.

Y ya, mi consejo de esta noche es que si estás deprimido o crees que tus problemas son tantos, ve a terapia, vas a conocer gente con problemas bien cabrones y vas a tener un espacio para que a alguien le interese lo que te pasa. Eres valiente con el siemple hecho de querer hacer algo por tu vida. Planeaba que esta entrada fuera bonita, motivadora y que todos vieran cómo es realmente tomar terapia. No me salió chido, creo que otra vez estoy deprimida, pero ya les contaré el lado culs.



martes, 1 de septiembre de 2015

Me caga la veintena

Nuestros padres tenían razón: los adolescentes se creen dueños del mundo, pero no hacen una mierda por él. Cuando recuerdo mi adolescencia pienso en la morra flaquísima que siempre usaba pantalones negros que nunca se lavaron, que fumaba Delicados como si su vida dependiera de ello y que se enredaba con cualquier perdedor de pelo largo. Es triste pensar en todas las cosas que hacemos de morros para encajar, todos finjiendo para que otras personas falsas acepten lo que aparentas ser. Cuando nadie me veía, hacía como que tiraba las colillas de cigarros al piso, pero en realidad me las guardaba en el bolsillo para cuando encontrara un bote de basura; pasaba a la oficina de mi profesor de Biología y le preguntaba sobre su vida, le contaba sobre mis materias y él me regalaba Gansitos congelados. 

Desde siempre he tenido buenos modales Buen día, adelante, pase usted, que tenga un buen día, por favor, le agradezco mucho, ¿gusta sentarse? Siempre fui una muchacha bien educada de provincia jugándole a la verguitas. Cuando llegué al Distrito Federal tenía 13 años, jugaba a los Sims, usaba labial con glitter y jamás había besado. Mi primer noviecito me ponía el cuerno con otras dos y me decía que me acostara con él. Duramos una semana. En el primer día de clases defendí al niño feo, gordo y chaparro del salón y se la agarraron contra mí. En esta ciudad, si no te pones chingón te lleva la chingada. Y yo me puse chingona. 

Cuando somos adolescentes, todos, sin excepción, somos lo peor. Nos creemos dueños del mundo, dueños de nosotros mismos, de lo que hacemos, pero las responsabilidades se pasan por la cola. Cuando llegamos a los veintitantos todo se pone peor: el acné quiso quedarse un rato más alojado en tu cara, un faje ya no basta, engordas con sólo ver un comercial de Burger King en la televisión y lo peor: tus padres te siguen tratando como el niño irresponsable que fuiste, pero te exigen que, en cuanto soplas las 20 velitas, te conviertas en un adulto, que seas maduro, responsable y la cagues menos. Amigos, algunos nacimos para valer verga. Sorry, mom.

La veintena es lo peor, te prometen que será fabuloso, que serás independiente, que al madurar verás las cosas distintas. Y es cierto, cuando maduras (porque tú así lo quisiste) la vida cambia y se vuelve más ligera que el montón de facturas que hay que pagar, porque eso hacen los adultos, compran cosas que no podrán pagar, tienen hijos que no saben cómo criar, quieres ponerte tacones pero llevas toda tu vida usando los mismos Converse, sales de la universidad y quieres verte profesional para encontrar un trabajo decente, pero no sabes mas que de denim y camisetas de algodón. La vida se aligera, pero sólo cuando te das cuenta de que lo que haces lo haces por el mero gusto de hacerlo. 

Me caga la veintena, porque la gente te sigue diciendo qué hacer pero tu tienes la responsabilidad de eso que ellos te dicen que hagas (¡¿Y quiénes son ellos?!). Si cuando eras chava te encantaba ligar en fiestas y putear durísimo, en la veintena ya está mal, es inmaduro, tu cuerpo es tuyo pero pues, ya no estás para esas cosas, ya eres un adulto. En la veintena te das cuenta de que tienes amigos que jamás lo fueron, que quizá estuvieron bien para matar clase o emborracharte en fiestas, pero que a la hora de necesitarlos se desaparecen sin dejar rastro. En la veintena ya tienes que preguntarle a las morritas su edad, tienes que aprender a cocinar, a echarte un polvo sin enamorarte, a sonreír por deber, a cuidar lo que comes, a elegir con cuales drogas te quedas, a hacer lo que le gusta a tu pareja porque se convirtieron en siameses. 

Quizá lo malo no es la veintena, sino el cómo la manejamos. Le echamos la culpa a la sociedad por manipularnos y decirnos qué hacer, pero nadie sabe quiénes son esos que dictan las normas de la veintena. Pero si nos creíamos bien vale madres de chavos, ¿porque no serlo de verdad cuando cuemples 20? Pero hablo de un valemadrismo chido, de un Me gusta ser así y si no te gusta, ve a decirle a alguien a quien sí le interese prestarte atención. Hacer lo que según está bien (aunque sea ser un pendejazo) es cansado, la vida no siempre dura tanto como planeamos, pero si vas a ser un pendejazo, sé el pendejazo que tú sueñas ser.

No sé, creo que lo que me caga no es en sí la veintena, sino lo que me está trayendo. Me caga que me digan Cógetelo, pero no de esa forma, hazlo así, Ya tienes IFE, puedes beber sin pedos, ah, pero no la cagues en la fiesta o todos van a juzgarte, O sea, está padre que trabajes, pero como que eso no te va a dar de comer, Oye, es que no es sano que te acuestes y te levantes tan tarde, te va a hacer daño, No, no comas eso, tiene mucha grasa y ya estás muy gordita. Neta, ya chole. ¿Para qué hacemos lo que la gente pedorra quiere? ¿A quién se supone que mantenemos contentos jugando al adulto veinteañero? La veintena dura sólo 10 años y no vale la pena pasarla fatigado, para luego saludar a los 30 y que te cuestionen cuándo pondrás a trabajar ese útero o pa'cuándo la boda. Ay, no.



domingo, 23 de agosto de 2015

Vivir y sobrevivir

Cuando era chica tenía una idea muy fija de cómo sería a mis 24 años (porque creía que era la edad adecuada para ser fabulosa), pero esa imagen se fue distorsionando conforme fui creciendo. Cuando tenía 9 años traté de matarme, o al menos tenía un plan: escribí una nota en una hoja de Bob Esponja explicando por qué lo hacía y tomé un cuchillo para cortarme la muñeca izquiera (sino mal recuerdo era el método de suicidio que estaba de moda en ese momento). Al parecer los cuchillos para mantequilla no cortan. Años más tarde quise usar el mismo método pero utilizando un instrumento que sí tenía filo; me acobardé al primer dolor intenso que sentí, pero después le agarré el gusto a ese dolor. Poco después probé con drogas y el ayuno de semanas, sólo obtuve una fabulosa talla 0 y una depresión de varios años. 

Hoy, 13 años después, me miro la muñeca izquierda y, afortunadamente, no hay marcas de cortes, en vez de eso traigo siempre una pulserita de acero inoxidable con la leyenda Vivir es increíble, es bastante incómoda pero a pesar de eso casi nunca me la quito, ya que me reconoce como una posible donadora de órganos. GNP seguros probablemente no se imagina (y quizá nunca lo sepa) que está tratando de salvar dos vidas: la de la persona que podría recibir alguno de mis órganos en un futuro, y la mía. Entender por qué una persona piensa en terminar con su vida es sumamente difícil y, en lo personal, considero que es algo que no debería hacerse, el tratar de entender. Creo que la vida es de quien la vive, no de quien la sobrevive. De unos años para acá uso mucho esa frase, porque he pasado más años de mi vida sobreviviendo que en verdad viviendo y no trato de sonar positiva, (ewww no, detesto a la gente positiva), sino que de pronto estoy haciendo todo lo que había querido.

No recuerdo cómo era la yo de 24 años que soñaba cuando era pequeña, pero creo que me acerco bastante a lo que ella pensaba que era fabuloso. Una vez un amigo, Rogelio, dijo algo que me pegó muchísimo, fue algo como "Es que, no mamen, qué pensaría mi yo niño sobre la persona que soy ahora. Seguro le cagaría". No sé, Rogelio, corrígeme si me equivoco muchísimo. Pienso en mis yo que me cagan: la drogadicta que mandó todo a la verga porque era chava, la que le pegó un chicle al pantalón favorito de una profesora que sí me caía bien pero que molesté sólo para no ser la perdedora de mi salón, la que estuvo obsesionada con un dude que no merecía ni tres horas de mi tiempo. Ahora me veo al espejo y pienso Tú eres chida, pero me pregunto si mi yo dentro de dos años será también chida. Pensé en escribirle una carta a la yo del futuro, pero que tal que piensa que soy una perdedora, o peor, que ella lo sea.

El viernes de hace una semana había sido un asco, probablemente uno de los peores días de mi vida, pero extrañamente, una semana después, tuve un buen viernes. Fui a mi terapia de grupo (de la cual hablaré en otra entrada) y lloré mucho, hablé y me vi rodeada (literal y metafóricamente) de todo lo bueno y malo de mi vida y llegué a la conclusión de que no puedo seguir brincando de lo malo a lo bueno como si nada, sino que debo agrupar ambas cosas ya que son parte de mi vida, pero si alguna no me gusta puedo sacarla, una por una. Por la tarde celebré con un café delicioso, disfruté la lluvia con granizo, me puse a bordar y paticipé tanto en mi clase que la profesora tuvo que decirme que parara. Para cuando llegué a casa, ya me habían ascendido en el trabajo y tenía una cama esperándome. Vivir es increíble, sobre todo cuando dejas de sobrevivir.



domingo, 21 de junio de 2015

La lista

A principios de junio tomé la decisión de darme un año sabático, desentenderme de la escuela por completo durante todo un año. El plan era: dejar la escuela ese tiempo, conseguir un trabajo de lo que sea para poder tener algo de dinero, irme a tomar terapia para poder sobrellevar los duelos que he ido prolongando durante un año y volver a conocerme para encontrar quién y cómo soy. No fue algo que decidiera como Ay, ya, no quiero saber de la escuela, luego veo qué hago, sino que fue una decisión que debía tomar porque ya estaba muy contaminada de ese ambiente, de ese hacerle como que soy así (aunque no engañaba a nadie, todos sabían que yo no era así, porque luego se me salía lo bueno más que lo malo). Hoy me doy cuenta de que tomé la mejor decisión que podía en este momento de mi vida.

Hace una semana, el jueves pasado, me reuní con dos de mis mejores amigas para dormir en casa de una de ellas. Hicimos la pijamada más femenina de la vida y fue de lo mejor. En cierto momento de la noche (creo que después de pintarnos las uñas) yo les conté que me sentía como la peor de todas porque tengo 22 años y no estoy nada feliz con la vida que tengo, porque no hago nada de lo que sueño o quiero, no soy la persona agradable que me gustaba ser y eso no ayudaba en nada a no deprimirme. Estaba sobreviviendo y no viviendo. Le dije a Mariana, que tiene 20 años, que ella era más chica y estaba llevando su vida de forma tan buena porque estaba haciendo todo lo que le gustaba y que eso me ponía triste al comparar su vida con la mía. Mi otra amiga, Kattia, pensó lo mismo de su vida. Mariana dijo que sólo bastaba con querer cumplir sus sueños y hacerlo, entonces pensamos en todas esas cosas que queríamos hacer antes de morir y todas aquellas que jamás debíamos dejar de hacer porque nos hacen lo que somos y sobre eso es la felicidad. 

Hicimos la lista en ese momento. Fue mucho más sencillo hablar de lo que queremos hacer antes de morir y pusimos desde cosas simples como tener un perro de tal raza, aprender a manejar, fiestear durísimo, modificar tu cabello de una forma que te aterra un poco pero que en verdad quieres probar; hasta cosas más serias como viajar a tal y tal lugar, conseguir un trabajo que en verdad ame, casarme con alguien que haga esto, conseguir un grupo de amigos para toda la vida.  Fue la mejor idea que pudimos tener, porque ahora tenemos muy presente todo eso que queremos y que debemos hacer, obligatoriamente para nuestro crecimiento personal, antes de morir (que esperamos sea bastantes años después para que nos dé tiempo de todo).

Una semana después del comienzo de esa lista, puedo decir que voy bastante bien: me aceptaron como colaboradora en una revista digital que saldrá a finales de julio (y se presentará en sociedad en noviembre o algo así. Ya les contaré), en dos semanas iré a ver lo del Call Center de medio tiempo para tener dineros y tiempo para gastarlo, Kattia y yo hemos estado haciendo ejercicio por las mañanas, ayer estuve a nada de rescatar un bello perro salchicha (que se me escapó porque estaba muy asustado tratando de que no lo atropellaran y corrío muy veloz con sus pequeñísimas patas de perro enano) y estoy tratando de darme la oportunidad de conocer a alguien, o sea, un vato chido, pero me sigo resistiendo muchísimo porque siento que en este momento lo mejor sería disfrutarme y conocerme a mí y después ver quién sabe de qué color son los aguacates. Ah, y quizá pronto me vean con el cabello todo blanco. 


domingo, 14 de junio de 2015

Sanación

Suelo tener cajas de cartón donde meto cosas; tengo una que es para lo que me regalan las personas, otra donde metía todo lo que tenía que ver con un exnovio, una donde pongo todas las cosas que me parecen vistosas, una gran cantidad de cajas en donde van a parar todas las cosas que podrían servirme en algún momento. También tengo una enorme colección de frascos de vidrio: para flores secas, para moscas muertas, para peces muertos, para poner agua y glitter, para mis dinosaurios de plástico, para meter mis pinceles.
En general se puede decir que me gusta guardar cosas en donde las pueda encontrar. El problema es que cuando se trata de la vida, generalmente no sé cómo organizar todo. Por eso es que estoy aquí. 2013 y 2014 fueron dos años pésimos para mí, fue como si agarrara los frascos en los que organizo mi vida, los metiera en una caja y alguien me empujara mientras cargo esa caja. Los fragmentos de mi vida, de quien soy, se revolvieron todos, unos no los encuentro y otros se clavaron en mí dejando algunos raspones y heridas.
Por eso estoy aquí, para sanarme y buscar quién soy (vaya, tento 22 años y unas 6 crisis de identidad). El plan es compartir con ustedes, gente que tiene un rato de ocio, un poco de lo que me gusta, de lo que intento ser y de lo que me pasa. Hoy en día, como me dijo una amiga hace poco, la vida de las personas se ha vuelto un espectáculo al que cualquiera puede acceder, compartimos todo lo que nos pasa, publicamos fotografías para que nos vean, hablamos de lo que hicimos en el día, con quién y dónde estuvimos y nos bañamos con el juicio de las personas que tienen acceso a nuestro espectáculo personal.
Soy Margarita, me dicen Pudín, tengo veintidós años justo ahora y lo único que puedo ofrecerles es un pedacito de esta sanación que pretendo hacerme o un boleto de palco para mi espectáculo.